Lejanía
y Proximidad
La vida itinerante,
sobre un caballo, un carro, una nave, o simplemente sobre
los propios pies, “pies polvorientos”, era
el prestigio de algunos poetas-músicos, en el
mundo medieval.
Entonces… los poetas-músicos se constituían
en pregones de la lejanía.
Entonces... en algún rincón de una aldea,
iluminado por un buen fuego, reflejado en expectantes
rostros, ansiosos de noticias, aventuras y misterios...
Entonces... a plena luz del día, en la plaza del
mercado, atestado y bullicioso, de alguna ciudad... Entonces…
ante la mirada de circunspectos príncipes de alguna
corte condal... los poetas músicos traían,
unas veces, mundos desconocidos, imaginados o míticos,
en otras, eran esos mismos hombres, sus pasiones y
su mundo, presentados en el lenguaje, el canto y la
escena.
Lejanía y proximidad acontecían en el temblor
de una mano, en un murmullo o en una melodía. Sentimiento
de ser todos uno solo en el viaje por el tiempo.
Entonces… podían verse y reconocerse en las
palabras, sonidos y gestos de esos peregrinos de mundos,
con más claridad que en su agitación cotidiana.
Allí, se conjuraban pesadillas, se expandía
el deseo de lo posible o se consolidaban sus legitimaciones,
promesas y juramentos. Lejanía y proximidad,
alteridad y propia identidad, confluían en el
ritmo envolvente del tiempo festivo que inauguraban
los poetas.
Entonces… ser sabio, experimentado o creador, era
sinónimo de camino, de itinerancia y travesía.
Ser “ioculatore” (juglar) era hacer posible
el juego de lo propio con lo aún no hallado en
la senda de búsqueda de una comunidad. Así,
la imagen del poeta-músico acontecía ante
el aldeano como un peregrino, hombre de tierras lejanas,
ex-céntrico:
ser fronterizo, explorador de la periferia de lo conocido
y seguro: de los profundos bosques, las obscuras montañas,
las infinitas estepas, el peligroso mar o el oriente
de las maravillas.
Mundos temidos, deseados o, con recato, comentados en baja
voz.
La naturaleza aún conservaba la amplitud de un espacio
y un tiempo sin límites. Ofrecía, aún,
su misterio: el misterio de los umbrales de lo desconocido,
las esferas invisibles, el cruce por tierras de nadie.
Hoy, cuando el mundo se nos presenta repetido y homogéneo,
cuando el paisaje se vuelve trivial en guías e inventarios.
Cuando los ritos se vuelven protocolos aburridos y la seguridad
copa las preocupaciones de los hombres, se nos presenta
la posibilidad de viaje y aventura a través del tiempo.
Entonces la Lejanía es posible.
No se trata de un viaje de retorno, tampoco una nostalgia
por lo transitado. Se trata de una posibilidad de re-originación,
re-gestación de mundos posibles olvidados.
Se trata de traer, a nosotros, esos presentes abiertos,
para ser, en atenta escucha, oídos e imaginados desde
nuestra actualidad.
Ahí reside nuestra medievalidad: deseo de viaje,
de rito y de fiesta.
Deseo de Lejanía.
Maese Bardo Vitulus